Mucho se ha y hemos ya hablado
del canon, así como de la vanguardia, pero hoy necesitamos retomar estos
temas para ponernos a hablar de la subversión y del porvenir, lo que,
como bien os tenemos acostumbramos, será relacionado con el arte y por
supuesto con la música.
Todo lo relativo al canon puede, en un
momento dado, acusar un relevante atraso en cuanto a vanguardia se
refiere. La razón principal de esto es la fijación conceptual y sus
consiguientes especializaciones en cuanto a cada disciplina. Así, habrá
una manera determinada de entender estructuralmente el estilo. Esto se
debe principalmente a la manera en que el especialista se forma en su
disciplina concreta y al sistema de aprendizaje desde el que se decide
-o ni siquiera decide- partir. Así, un escritor tenderá a construir la
forma o estructura desde un canon o unas normas inherentes al oficio
o inspiradas -cuando no caen en una mera imitación- en otros autores.
En la música, habrá un estilo inicial del que partir y por supuesto un
método desde el que aprender a tocar un determinado instrumento.
¿Qué conflicto puede traer consigo esto
en lo tocante a la innovación? ¿De qué manera se produce una ruptura
terminológica o estilística que deriva en ruptura o vanguardia, o bien
consigue volver a los orígenes y traer de vuelta estilos considerados
clásicos intocables, así como tantos otros evaluados con anterioridad
como simplistas o manidos, que caen de boca en boca con la escalofriante
y tópica expresión «estar pasado de moda»? ¿Qué queremos decir con esta larguísima pregunta? Respondemos.
Todo cuanto recupera la voz clásica
parte de una vuelta a los orígenes y esto es una ruptura con el estilo
imperante del momento, así como rupturista es el abanico formal propio
de las voces que surgen de la vanguardia. También vemos que elaborar un
modo propio de aprendizaje que no se centre en las consiguientes
estructuras formales de supuesta relevancia para la reproducción del
mismo es lo que posibilita que el modo de elaborar una obra sea
diferente, puesto que la teorización de la que se parte es de otra
índole; comienza desde otra perspectiva. A este tipo de elaboraciones y
reelaboraciones debemos las obras experimentales y todo lo que va a caer
en el cajón denominado autodidactismo.
Siempre se habla con procaz abundancia
acerca del estilo. Actualmente existe un enorme abanico de estilos que
son juzgados con otra gran multiplicidad de etiquetas. Se tiende, así, a
fijar conceptualmente y se desemboca en los cánones. Este afán de
nombrar consustancial al ser humano no sería en ningún caso
inconveniente de no ser por nuestra tan frecuente incapacidad para
manejar nuestra propia terminología y, sobre todo, nuestra propia manera
de aprender, que se refleja en las creaciones en tanto que nos fijamos
en su estructura. Es realmente poco frecuente una reflexión acerca de
hasta qué punto la manera en que hemos aprendido y las divisiones entre
especialidades llegan a coartar la innovación, la creatividad y,
definitivamente, la libertad que da rienda suelta a la obra y transforma
nuestros patrones mentales; por ende, vitales.
Es, en efecto, lo propio de la creación
transformar nuestra terminología, estructuras y referentes, así como
utilizar estos últimos en contextos infrecuentes o inverosímiles. Como
consecuencia de la presente argumentación concluimos que el mundo
académico se mueve en el terreno manido de las especialidades,
terminologías, aprendizajes y subsiguientes jergas que muy poco
frecuentemente nos permitirán la elaboración de obras liberadas o lo
suficientemente independientes, propias del desenfreno de la innovación y
el experimento, por más que sea tal mundillo académico lugar de paso
ineludible -aunque no destino- para la formación. Garaje Sónico pretende
ser también un espacio reflexivo de crítica musical para, precisamente,
variar todas estas perspectivas paralizantes que sin darnos cuenta
llegan a dominar la manera en que lo musical llega a nuestros espacios.
Podemos ver las cosas de otra manera. Podemos verlas a la nuestra. ¿Y
vosotros?