martes, 23 de abril de 2013

La innovación como ruptura del canon prefijado

Mucho se ha y hemos ya hablado del canon, así como de la vanguardia, pero hoy necesitamos retomar estos temas para ponernos a hablar de la subversión y del porvenir, lo que, como bien os tenemos acostumbramos, será relacionado con el arte y por supuesto con la música.

Todo lo relativo al canon puede, en un momento dado, acusar un relevante atraso en cuanto a vanguardia se refiere. La razón principal de esto es la fijación conceptual y sus consiguientes especializaciones en cuanto a cada disciplina. Así, habrá una manera determinada de entender estructuralmente el estilo. Esto se debe principalmente a la manera en que el especialista se forma en su disciplina concreta y al sistema de aprendizaje desde el que se decide -o ni siquiera decide- partir. Así, un escritor tenderá a construir la forma o estructura desde un canon o unas normas inherentes al oficio o inspiradas -cuando no caen en una mera imitación- en otros autores. En la música, habrá un estilo inicial del que partir y por supuesto un método desde el que aprender a tocar un determinado instrumento.

¿Qué conflicto puede traer consigo esto en lo tocante a la innovación? ¿De qué manera se produce una ruptura terminológica o estilística que deriva en ruptura o vanguardia, o bien consigue volver a los orígenes y traer de vuelta estilos considerados clásicos intocables, así como tantos otros evaluados con anterioridad como simplistas o manidos, que caen de boca en boca con la escalofriante y tópica expresión «estar pasado de moda»? ¿Qué queremos decir con esta larguísima pregunta? Respondemos.

Todo cuanto recupera la voz clásica parte de una vuelta a los orígenes y esto es una ruptura con el estilo imperante del momento, así como rupturista es el abanico formal propio de las voces que surgen de la vanguardia. También vemos que elaborar un modo propio de aprendizaje que no se centre en las consiguientes estructuras formales de supuesta relevancia para la reproducción del mismo es lo que posibilita que el modo de elaborar una obra sea diferente, puesto que la teorización de la que se parte es de otra índole; comienza desde otra perspectiva. A este tipo de elaboraciones y reelaboraciones debemos las obras experimentales y todo lo que va a caer en el cajón denominado autodidactismo.

Siempre se habla con procaz abundancia acerca del estilo. Actualmente existe un enorme abanico de estilos que son juzgados con otra gran multiplicidad de etiquetas. Se tiende, así, a fijar conceptualmente y se desemboca en los cánones. Este afán de nombrar consustancial al ser humano no sería en ningún caso inconveniente de no ser por nuestra tan frecuente incapacidad para manejar nuestra propia terminología y, sobre todo, nuestra propia manera de aprender, que se refleja en las creaciones en tanto que nos fijamos en su estructura. Es realmente poco frecuente una reflexión acerca de hasta qué punto la manera en que hemos aprendido y las divisiones entre especialidades llegan a coartar la innovación, la creatividad y, definitivamente, la libertad que da rienda suelta a la obra y transforma nuestros patrones mentales; por ende, vitales.

Es, en efecto, lo propio de la creación transformar nuestra terminología, estructuras y referentes, así como utilizar estos últimos en contextos infrecuentes o inverosímiles. Como consecuencia de la presente argumentación concluimos que el mundo académico se mueve en el terreno manido de las especialidades, terminologías, aprendizajes y subsiguientes jergas que muy poco frecuentemente nos permitirán la elaboración de obras liberadas o lo suficientemente independientes, propias del desenfreno de la innovación y el experimento, por más que sea tal mundillo académico lugar de paso ineludible -aunque no destino- para la formación. Garaje Sónico pretende ser también un espacio reflexivo de crítica musical para, precisamente, variar todas estas perspectivas paralizantes que sin darnos cuenta llegan a dominar la manera en que lo musical llega a nuestros espacios. Podemos ver las cosas de otra manera. Podemos verlas a la nuestra. ¿Y vosotros?

lunes, 15 de abril de 2013

La hiperrealidad y el desajuste de lo que somos

Hiperrealidad es una suerte de universo imaginario sin fondo y sin contacto. Es Disneyland y todas nuestras canciones míticas sonando en la radio porque sí. Es un lago neblinoso, wagneriano. Es la primera vez que os enamorasteis y visteis un animal intocable y fabuloso. Lo importante no es la fascinación que las imágenes nos producen, sino más bien conectar con otra realidad en un momento diferente que se vuelve el mismo momento. Para eso hacen falta mucho más que mitos o ídolos. Para eso lo que hace falta es un dominio del arte arraigado en nuestra humanidad. Desde el otro lado, los espectadores esperando los objetos de su fascinación. Viajaremos al fondo de la imagen. Sabremos qué somos. Iconoclastia.

Hablaremos de la falsedad de la estética. Del mero embellecimiento de la fachada. De lo que nos evoca algo que no experimentaremos o no nace de la experimentación. Vamos a hablar de lo que nunca muchos vivirán.

¿Qué es este enigma? Pues tiene que ver con todos los vestidos de la resistencia, con todos los clichés de la emancipación. ¿Cómo nos captan? Nos captamos por nuestro desconocimiento y somos captados, en el peor de los casos, por puro marketing; en el mejor, por pura bobería. Un montón de miel para un montón de moscas. También ha sido llamado Romanticismo, con o sin mayúscula. ¿Pero es que el romanticismo no viene a hacer nuestra vida más intensa, no nos prepara para algo fabuloso, fantástico, bello? ¡Cuidado! ¡Nos venden sexo con perfume! (¿o perfume con sexo? Hemos perdido toda referencia sobre el origen de quién, qué y cuándo, lo sentimos…). Expliquemos pues, brevemente, los mecanismos de la sublimación.

La sublimación es gas. Aire. Es un mero movimiento de la mente. Exaltación de nuestra imaginación. La pregunta es, ¿estamos viviendo esto realmente o estamos, sin más, fantaseando? O mejor aún: ¿vamos a vivirlo? El ser humano no puede evitar recrear, mitificar, ensoñar. Esto es natural. ¿Qué ocurre cuando solo soñamos un momento para luego volver a una lúgubre cadena? En efecto. Nos hemos y nos han engañado, y nos han porque nos hemos. Para evitar esto y vivir nuestra realidad sin que sea una fantasía que se apaga al tocar al off necesitaremos un discurrir, una discriminación entre las partes. Pensar duele un poco, es cierto, pero no se trata de ser ratoncitos de biblioteca, sino más bien de tener la osadía de preguntarnos si de haber algo con un nivel de realidad mayor, de haber una pregunta acerca de la libertad, nos atrevamos a responder a esa pregunta. Separar lo falso de lo cierto. Nuestras inquietudes estéticas tienen mucho que ver en esta tarea individual.

La hiperrealidad. Todas las imágenes al mismo nivel de realismo. Una pintura de lo falso y lo abominable al mismo nivel que lo cierto y emancipador. Esta es nuestra sociedad actual mientras siga igual el sistema educativo, los referentes televisivos y todos los mecanismos que perpetúan esta farsa cuya sombra alcanza incluso a las producciones artísticas más encumbradas. Esto se repetirá una y otra vez en muchas vidas. ¿Alguna vez os habéis preguntado qué es más real que qué? Es cierto, todo esto parece muy incoherente. Invitamos desde aquí a los más bajos fondos de la imagen y el sonido. Siempre se ha dicho que para llegar lejos hay que empezar por abajo. ¿Qué qué es abajo? Lo sé, lo sé… a mí también me gastaron la misma broma. ¿Estamos atrapados? Esperemos que no. Desde aquí seguiremos ofreciendo pistas.

miércoles, 3 de abril de 2013

Silencio. Música y ritmo vital

Hoy no vamos a hablar de qué es primero como otras veces, es decir, hablar acerca del origen de la cosas, las cuales son interdependientes de muchos niveles de realidad y de muchas perspectivas tematizadas. Hablar acerca del origen es entender asuntos simples, tematizar problemas. Cuando llegamos a entender la realidad sin una problemática ya no estamos interpretando. No estamos hablando acerca de una verdad desde una perspectiva individual, sino que estaríamos –quedando patente esa perspectiva ineludible- intentando hablar acerca de un asunto concreto. Pero estos complejos asuntos filosóficos acerca del entendimiento y la estructura de las cosas no deben entretenernos demasiado. Tan solo debemos dejar patente la necesidad de la propia perspectiva, el propio modo de entender el mundo y no siempre mediante la crítica. Hoy vamos a centrarnos en lo meramente expositivo; en una tesis cualquiera. Podría ser de cualquier otro modo. Podríamos tomar cualquier asunto desde cualquier punto de vista. Hoy vamos a centrarnos en un principio cualquiera; en un punto de partida azaroso.

¿Os habéis preguntado alguna vez si es que la música nos hace vivir de una determinada manera y no de otra? Aclaremos esto. ¿A qué se debe la aceleración de nuestro ritmo general? Dejando aparte otras consideraciones como la tecnología, la manera de transportarnos, el frenesí del mundo laboral y la manera en que entendemos el trabajo hoy en día, vamos entonces a hablar acerca de la incidencia de la música en nuestro ritmo vital y como esta nos acerca o nos aleja del endiablado y veloz ritmo mayoritario. Intentaremos hacer ver que gran parte de la música que escuchamos está inscrita en esta velocidad colectiva dirigida por un sistema en que la rapidez es la tónica; el instrumento solista; el acorde dominante.

La armonía melódica, su hilo conductor, se ha roto en ritmos, disonancias hacia nuevas melodías, hacia nuevas armonías o ausencias de las mismas. Lo que queremos hacer entender es que esto es cíclico y que probablemente nuestro ritmo vital influye más de lo que podamos pensar en nuestra manera de entender y conectar con uno u otro tipo de música. Pero, ¿es el ritmo vital individual o colectivo? ¿Podemos tener un ritmo propio o estamos tan mediatizados por el ambiente urbano que no podemos sino dejarnos llevar por los acordes veloces, por los ritmos mecánicos en que la ausencia de silencios nos haga desembocar en un techno tan inconsciente como incontrolable.

En definitiva, y a lo que nos ha llevado esta argumentación es a la cada vez mayor ausencia de silencios en la música. El silencio es una parte esencial de la armonía, la base del ritmo y de la narración. ¿Será que somos, sin saber, parte de una narración extenuada y acelerada en un hacia adelante sin silencios, en una narración ininterrumpida y sin argumento que solo intenta escapar de sí misma? Como al principio hacíamos constar, esto es tan solo una aproximación. Esto es tan solo una manera de verlo, una discriminación entre ideas. ¿Será que el silencio no es capaz de marcar un ritmo personal? ¿Estaremos abocados a una colectividad presa de un ritmo inherente a su propio vacío argumental? Quede entonces aquí esta reflexión en que el silencio se impone como necesidad para poder entender la incidencia de la música en el cuerpo.

martes, 26 de marzo de 2013

El canon



El clasicismo siempre se nos presenta como modelo y como misterio vital. Es una clave pura y sin disfraces que permanece. Podemos dividirnos mediante este concepto en clásicos y contemporáneos, es decir, lo que se suele llamar ser moderno. ¿Qué puede ser lo que hace a una obra clásica y qué es lo contemporáneo?

Lo contemporáneo habla de nuestra época y lo clásico es una definición humana. Lo contemporáneo son nuestros modos, nuestras vestiduras, nuestra actualidad; pero mediante lo clásico nos explicamos, nos desnudamos, nos encontramos y nos entendemos. Dadas todas las corrientes musicales que rompieron el modelo de la música clásica, no vamos a limitarnos a hablar de lo clásico en música como una diferenciación entre la denominada música clásica y su ruptura como lo que pasa a ser música contemporánea. No vamos a ser tan simples. Vamos a explicarnos lo que hace clásica una obra contemporánea. Vamos a ver por qué y no vamos a conformarnos con cánones impuestos. Vamos a elaborar nuestros propios cánones.

Contemporáneo es nuestro tiempo, nuestra época. Un agregado de cosas, cosas y cosas que simplemente hablan, aportan una voz, están presentes. Cuando lo contemporáneo no solamente habla sino que llega a trascender una época, puede haber clasicismo en lo contemporáneo. Clásico es lo que trasciende, lo que llega a nuestra esencia, a una definición y a una explicación de lo que se vive; son las razones de por qué se hace. Es lo relativo al ser humano de una manera intemporal. Por ello la trascendencia de la época. Por ello, una explicación de nuestro modo de vida aquí y ahora, una puerta que nos enseña quiénes somos tras las corrientes diversas que nos arrastran y que intentan definirnos por uno u otro lado.

Hagamos un intento de interpretar lo vanguardista también de esta manera. La forma superficial de la vanguardia es la originalidad, la novedad. Esto no puede hacerse de esta manera por hacerse y para nada. El clasicismo que podemos entrever en la vanguardia no es original por ser atractivo y diferente, no es simplemente un modo de diferenciarse de las corrientes -aunque la vanguardia siempre sea eso y una ruptura en dos de la corriente del río-. La vanguardia cruza el río salvaje del agregado de cosas y cosas, de todas las corrientes que coexisten en una época y que intentan definirnos pero no llegan a hacerlo porque es precisamente la ausencia de definición lo que nos identifica: somos lo que somos, no una etiqueta gratuita -o bastante cara- que nos viene de fuera. La vanguardia es una liberación de la época, una liberación de los cánones y una sorpresa ante algo que no puede ser etiquetado. Así que la vanguardia evita la definición y el clasicismo nos define como seres humanos. Ambas maneras nos transcienden. La vanguardia sería una suerte de clasicismo a la inversa. No hay definición para el ser humano porque el ser humano no permite esa definición, sino que es sus modos de ser humano. El clasicismo define una norma intemporal que siempre se da en el ser humano. Es cuanto nos define desnudos de toda etiqueta. La vanguardia es esa intemporalidad en la que el ser humano se sigue buscando cuando no encuentra las referencias en el correspondiente etiquetado de cada corriente coexistente. Así que más allá del etiquetado entre clásico y moderno, vemos que las cosas no son lo que aparentan. No son tan simples. Se nos escapan nuestros propios modos de valorar porque los académicos ya lo hacen por nosotros.

Perdonad, pero, ¿no os parece que todo esto requiere querer descorrer la cortina de todo este zafio etiquetado?

sábado, 23 de marzo de 2013

Reflexión

Qué falso me parece el arte cuando ostenta una forma definida de antemano. Si llegáramos a toda forma desde la casualidad o la búsqueda seríamos uno con el arte, dejándonos de tanta idealización y tanta pompa. Hemos llegado al culmen civilizatorio del arte: el arte separado de la vida, y no para la vida y siendo vida. Va siendo hora de sentir otra cosa. Va siendo hora de sentir la vida sin el arte, para sentir la necesidad del arte, que puede ser su no necesidad. He de entender cómo surgió el arte. Detesto la mimesis para el aprendizaje. Detesto aprender de tal modo. Únicamente aspiro a inspirarme. Soy viva antes que algo, y soy únicamente aquello que haga en cada momento, porque, ¿qué es una obra? Si hago un dibujo, para qué demonios se ha de comparar con nada. A mi no me interesa Baudelaire o Schiele más que alguien cocinando una tortilla de patata. Para inspirarme, tanto igual o mejor el segundo caso. Para qué escribir si se puede "orar", para qué publicar si ya me están leyendo; para qué publicar si no me van a leer más, por qué no publicar del modo oportuno. Va siendo hora de repensar el momento presente para ver qué podemos hacer con la fuerza del arte. A mi no me interesa en absoluto el porvenir, me interesa el ahora. A mi me interesa que el mensaje llegue a quien tiene que llegar y  para lo que tiene que llegar. Reconozco el gran poder de transformación en el arte antes que su posible reconocimiento por aquellos que "dicen" qué está bien o no. Yo no tengo interés en que esté bien más que mal, sino que quiero que cumpla su función de transmitir y transformar, en y desde mi vida y hacia todo lo que la circunda, en un único movimiento. O si no, para qué lo haces. Si eso se llama error cumpliendo lo que busco, bienvenido sea. No hay principales y secundarios en mi tren. Hay poder de transmitir la vida que esperamos o no hay tal; y eso lo puede hacer cada ser humano como creador, pues crear es hacer una tortilla de patata. Que la literatura no sea una mera colección de obra escrita. Pero, ¿qué es? No voy a desmenuzarlo todo... espero que se me haya entendido. Hacer por la vida para la vida ahora. Hablar me aburre sobremanera cuando no es para el disfrute.

miércoles, 13 de marzo de 2013

Elección y delegación pasiva

Para que los seres humanos nos atrevamos a elegir hace falta lo que comúnmente se denomina como criterio. Sin criterio no hay elección, no podemos discriminar entre opciones y nos quedamos con lo que hay. Pero, ¿por qué ha de costarnos tanto elegir de manera activa?

No somos conscientes de que la elección depende de nosotros y no de aquello que tenemos a mano. Para elegir hay que poder buscar. Tiene que haber una búsqueda de conocimiento, de frescura, de novedad. ¿Acaso hemos perdido nuestra capacidad de buscarnos a nosotros mismos? Aquello que se estanca se repite hasta la saciedad y aquello que se renueva fluye. Esto, que puede sonar a ley cósmica, es en realidad una sencilla manera de conducirse en el mundo. No somos conscientes de que nosotros cambiamos éste con nuestras decisiones y ello se nota y se refleja en todo lo que consumimos. Hablar de consumo para referirnos a nuestras elecciones es ya revelador: parece que fuéramos unos yonkis, que estuviéramos encadenados a un molde que no tuviéramos capacidad de romper. La gran pregunta no es por qué, sino dónde nos ha de llevar esta inercia en la manera de conducirnos.

Con humildad respondemos que a ninguna parte y de ninguna de las maneras. ¿De ninguna de las maneras? Exacto. La falta de capacidad para visualizar una diversidad de posibilidades es lo que hace que no haya maneras suficientes de ver un mismo asunto; que no existan otras perspectivas. ¿Y por qué no vamos a ninguna parte? Porque nos quedamos con aquello que nos entra por los ojos, por los oídos; aquello que está, sin más, al alcance de la mano. Lo que nosotros deseamos desde Garaje Sónico es precisamente que esto se pueda evitar, que esto no sea lo que nos defina, que la elección sea posible y constante. Elaboramos un panorama musical propio y creativo y permitimos que se escuchen diversas voces. Entendemos sin duda que ésta es la manera de hacer posible la elección. Faltan herramientas -hoy por hoy más que nunca- para la libertad de elección. Hay que crearlas y sobre todo posibilitarlas: no es lo mismo que le demos unas monedas a un mendigo a que le demos las herramientas para que él mismo transforme su propia vida.

Por esta razón, pues, lo que queremos no es simplemente ofrecerlo todo al alcance de la mano. Lo que realmente queremos es que cada uno pueda crear las herramientas para poder decidir y elegir libremente, y sobre todo hacer entender que hay una evidencia de que algo falta, algo está ausente. Carecemos de algo esencial. Carecemos de la posibilidad de buscar, de la posibilidad de encontrar herramientas. Tenemos que conocer. Pero no solo conocer: tenemos que querer seguir conociendo. Tenemos que hacer que el hecho de conocer sea un alimento para nosotros. Tenemos que hacer que este deseo de conocimiento dependa solo de nosotros y no de algo externo, de un entretenimiento pasivo y otorgado por un domador de fieras. Hemos de empoderarnos de la capacidad de crear. Tal vez alguien pueda argumentarme que los creadores son los artistas. Entonces, por último, solo queda desmontar esta concepción para que la creación sea algo humano, sea un poder emancipador que no se traduce sino en nuestra hoy obsoleta y limitada capacidad de elección. Se traduce en lo que nos falta.

Crear es, entre otras cosas, hacer posible que lo estancado vuelva a fluir. Y esta es una capacidad que hemos delegado. Este es un privilegio del que nos hemos desposeído a nosotros mismos. Basta de conformismo. Podemos. Nuestra existencia es la prueba. Las elecciones crean una cárcel o un paraíso. Aceptémoslo y continuemos adelante. Nadie nos hace libres, nosotros nos hacemos libres. Dejemos de delegar, seamos creadores.

lunes, 18 de febrero de 2013

El falso paradigma cultural y la música de pandereta



No estamos acostumbrados a hacer una decisión consciente de aquello que nos gusta. Del mismo modo que llevaríamos una buena alimentación, así podemos tomar la decisión de rodearnos de cosas que nos hagan ver la vida con otros ojos, otras perspectivas. La cultura es tan importante como la alimentación en ese sentido decisorio.

¿Cuáles son las razones que nos llevan a que nos guste un tipo de sonido? En la escena musical actual podemos entender mejor esto que en cualquier otra área, puesto que el sonido va siempre unido a un estilo y forma de relacionarse determinados. Así, la moda casa mejor con un tipo de sonido que con cualquier otro, así como las costumbres de ese amplio grupo social

No estamos preparados para lo verdaderamente nuevo. Lo nuevo no es precisamente lo más moderno del panorama. Aquello que nos venden como versión del no va más es un amaneramiento de lo mismo. Recordando otros artículos anteriores, podemos decir que es la misma forma disfrazada. Lo verdaderamente nuevo sería precisamente una forma que reflejase no las modas o las costumbres existentes, sino más bien una evocación de nuevas posibilidades o una recuperación de gestos humanos en extinción por la depauperación paulatina de nuestro trato en una sociedad narcotizada, represiva y presa de una constante y latente violencia implícita y hasta explícita. Por eso, con frecuencia lo verdaderamente nuevo no es suficientemente valorado o comprendido. Esto sucede, tristemente, porque o bien la sociedad no está preparada para ello o los modelos caducos no permiten la inserción de nuevas propuestas, además de la razón principal: la emancipación es un tema incómodo y haría que el mundo fuera mejor y pudiéramos ser libres y felices.

¿Por qué somos cada vez más egoístas y tenemos más miedo? En lo que respecta a las artes, la razón es priorizar la vana estética más que una función del arte a la que no se le saca demasiado partido: la transformadora. Grande la evidencia de que todo esto está ausente. La música, máximo exponente de esta capacidad de transformación, es el súmmum del narcótico si la miramos palmo a palmo. Nosotros lo sentimos mucho, pero es preciso hablar claramente: demasiados os habéis dormido demasiado y no coméis mas que de aquello que os duerme. Así no puede avanzarse mucho, eso es lo cierto.

El gusto es nuestro. Lo que quiero decir con esto es que no hemos de permitir que nos lo edifiquen de manera pasiva. Nosotros vivimos y nosotros elegimos de qué queremos rodearnos. Identifiquemos todas las tonterías de las que nos hacen engancharnos y hasta enamorarnos, esto es, absolutas gilipolleces y falsas mansiones del cliché para hacer la existencia soportable. Y todavía son peores que eso porque, para colmo, ni siquiera hemos tomado la decisión de que aquello esté en nuestras vidas. La decisión ha sido tomada de antemano. Entiendo que en Garaje Sónico nos reunimos para evitar precisamente esto. Estamos aquí para no hacer de la música un pasivo y mediocre pasatiempo -un “pasavidas”-, sino comprender la importancia de ejercitar la función del gusto, que repito es nuestra, ¡nuestra! No, señores, no. No nos vamos. No nos iremos y cerraremos la puerta tan fácilmente dejando cristalizar la basura malsana en PCs, demás aparatos, y los macilentos cuerpos de nuestros semejantes. No lo haremos porque aún tenemos sentido: aún podemos decir la verdad.

miércoles, 6 de febrero de 2013

Amor, enfermedad musical

Siempre se escucha por ahí aquel tópico de «el amor es una enfermedad». Sin meternos en la dichosa cuestión de si el amor es o no patológico, vamos a tratar el frecuente tema de las canciones de amor. Deberían pegarnos con una pala por hacerlo, puesto que incluso la canción del verano va de amor, y no paran de meternos canciones sobre ello desde cualquier parte.

En fin, vamos a empezar con este barroco y no siempre melifluo empapelado. Hace relativamente poco tuve la ocasión de leer un artículo en un diario digital acerca del machismo en la escena indie, en el que se trataba el recurrente tema de los roles sexistas. Es revelador que el mundo visual o de la música considerada independiente, que tendría que ofrecernos alternativas, nos ofrezca a veces tan solo una fantasía alterna que tan solo varía más bien poco las fantasías televisivas y cinematográficas acostumbradas; una microrreproducción del mismo sistema de valores de consumo enfermizos. Lo cierto es que no se toca apenas ni un solo valor jerarquizado u opresor, sino más bien al contrario. Es como cambiar de escenario o de ropa: pura estética sin fondo. No estoy diciendo que sea machista, porque machistas solo pueden ser las personas. Estoy diciendo que la manera de expresar el valor humano es a menudo patriarcal, matriarcal incluso, y enferma. ¿Que por qué?

Nuestro imaginario cultural nos hace vivir todo hacia la masa y no hacia nuestra individualidad, nuestra unicidad. Por ello valoramos, con demasiada frecuencia, no personas concretas, sino roles, tipos o subtipos. Básicamente, es la manera de convertir a la persona en gente. Esto es, la mayoría de las veces, involuntario, puesto que es una cuestión de atmósfera social. Mi modesta teoría es que el hecho de que existan tantas canciones de amor se debe sin duda al hecho de que no nos valoramos ni se nos valora lo suficiente como individuos. No nos amamos a nosotros mismos con la frecuencia o el fervor necesario y esto es precisamente el desamor. Una cuestión social que se manifiesta a todos los niveles y tanta música mítica nos ha regalado, por otra parte. Que alguien me diga la diferencia entre amor, obsesión y enfermedad, para elaborar un poco de luz en este panorama por el que todos navegamos y con tanta frecuencia, naufragamos. Yo creo haberla hallado en unas cuantas canciones de amor de mi colección personal. Tal vez el problema es que ha habido que escuchar muchas canciones de amor antes. El mismo Paul McCartney, picado sin duda por las críticas de su ex compañero de banda, John Lennon, compuso tal vez un gran resumen al presente artículo. Historias para mitómanos, sí, pero cierto. Un gigante de la música dándole una extraña importancia a una canción como Silly love songs, es realmente algo revelador en el asunto que nos ocupa.

Ahora que ya hemos elaborado una teoría acerca de por qué hay tantas canciones cuya temática es el amor romántico, ahora que ya hemos visto que es por una distancia prácticamente irreductible, consecuencia de la estructura actual de nuestro mundo, ahora que ya hemos comprobado que la mayoría de las canciones de amor son de desamor, y es precisamente ésta la causa de que sean tan numerosas, ¿qué coño estamos haciendo nosotros aquí, y de esta manera? Pregunto…



jueves, 24 de enero de 2013

The Beatles y el arte total

Paralelamente a todas las disciplinas artísticas, la música ostenta esa dualidad entre la aceptación de un público con una clara tendencia al conformismo y su veracidad y trascendencia. Vamos a ilustrar esto con el ejemplo de The Beatles.

The Beatles abandonó las giras en estadios abarrotados y aquellos conciertos prácticamente inaudibles a causa del entonces incipiente e histérico fenómeno fan, por transmitirnos sus experiencias místicas in crescendo. Como hemos de saber bien, la banda se movía en ambientes hippies influenciados porla Generación Beat y se codeaba con la vanguardia del momento, circunstancia que es siempre terreno abonado para la evolución de un artista (dejando aparte la enorme estela de las drogas psicoactivas).

No es cierto que todo artista que sigue su propio camino sin dar importancia al alrededor sea trascendente. Sí es cierto, sin embargo, que solo una conciencia clarísima de la voz propia suele conseguir trascender. En este sentido, vemos en The Beatles una enorme fundación de la música de estudio en el pop rock, hacia el arte total con todo tipo de arreglos que no son posibles en un directo. En definitiva, otra concepción de la banda musical, y esta vez para dejar de negarle todo espacio y toda experimentación. En The Beatles, la transgresión de instaurar el universo personal desde una plena consciencia artística de visión y transmisión del propio mensaje se extrapoló a las masas fácilmente, puesto que eran ya músicos consagrados y de cobertura máxima para el despegue de esta aventura.

Conectarnos musicalmente con una frontera inasible antes reservada a otro tipo de artes como la pintura o la literatura fue lo que lograron ampliamente los de Liverpool. Así, The Beatles cambió los conciertos fáciles que derruían histéricamente adolescente tras adolescente por el arte musical con mayúsculas, puesto que no encontraban placer en el pedestal máximo del éxito que ya habían logrado explorar en un tremendo hito  sin precedentes de sí mismos. Tampoco es menos cierto que eran ya millonarios…

Queden las palabras del poeta Baudelaire en referencia a su libro Las flores del mal para ilustrar lo mencionado acerca de la visión del creador que no extravía su cometido en su autocomplacencia ni en la del público: «No es para mis mujeres, mis hijas o mis hermanas que se ha escrito este libro; tampoco para las mujeres, las hijas o las hermanas del vecino»,

Toda trascendencia es universal.

martes, 8 de enero de 2013

El nuevo porvenir artístico

Las normas lingüísticas que supuestamente hay que seguir en la poesía o el estilo narrativo son simplistas y poco sutiles. Iré demostrando esta tesis poco a poco. Personalmente, escribo poesía y pienso que la depuración del lenguaje no es el único camino hacia el arte. De hecho, mi intención es hacer ver que seguir este camino como el camino, puede ser contrario al arte y parar en la destrucción del mismo, además de desembocar en un elitismo estéril. Si se quiere ver la escritura como artesanía, me parece bien; pero me parecen bien también todas las demás opciones. A veces, no es recomendable la pureza sino precisamente lo contrario de esto. El lenguaje puede ser dirigido a muchos colectivos, o puede dirigirse a todos. Todo esto me parece válido. Defenderé siempre que la búsqueda poética, la búsqueda artística, no es para con el academicismo. Este problema ya está presente en el conflicto de Platón con los sofistas. Platón fue un personaje marginal en su época, en Atenas. La voz cantante la llevaron los sofistas, que enseñaban supuestamente el saber a la juventud. Sócrates, en los escritos platónicos, representa una y otra vez la misma pregunta: ¿en qué consiste el saber? Su trascendencia, sin embargo, ha sido muchísimo más grande.

No es esta exactamente la pregunta que querría responder, sino más bien, dar soluciones a precisamente la cerrazón hacia las múltiples posibilidades que garantiza la perspectiva artística de la denominada literatura.

Lo artístico es posibilidad abierta, es decir, inconclusión. El problema de la calidad no debería ser tal en algo tan libre como el arte o la escritura. Opto aquí por un liberalismo personal que precisamente desmantelará toda estructura creada con ánimo elitista que no admite la diversidad de propuestas y opciones. A mi modo de ver, hay que desenmascarar el lugar desde el que habla el crítico y hay que crear escuelas capaces de transmitir esta idea de la diversidad del arte. Hay que generar otros centros que compartan esta idea del arte. Es la idea que pretendí desarollar poéticamente, con mayor o menor fortuna en mi blog "Los Centros Periféricos". Mis incursiones en la academia a mi paso por la universidad y después de ella me han hecho decir a la misma "no", de plano y encarada. No desde una postura mediocre, inconsciente o inconsistente; he pretendido siempre ser la ideóloga y crítica de mí misma y tal vez por ello sentí en otro momento de mi vida una enorme necesidad de filosofía. También tuve en mi paso por esta licenciatura el mismo problema inconcluso: filosofia o historia de la misma. No hay ninguna conclusión válida para la colectividad, a mi modo de ver. Así, mi propia herencia de este camino actual en el arte. Es agotador este centralizarse en un concepto artístico (y no solo artístico) propio y abierto, pero no es menos cierto que mi aliento es pensar y sobre todo sentir, sin atisbo alguno de duda, que nos enfrentaremos a propuestas sociales que vayan poniendo esto en discusión. Es mi fe más grande que esto no puede ser de otra manera.

sábado, 5 de enero de 2013

La crítica activa e individual

La idiosincrasia musical se forja en nociones acerca de nuestra identidad. Desde siempre, el ser humano ha utilizado la música como una forma de comunión en comunidad. Esto se hacía de una manera directa y vivencial, puesto que no se contaba con los medios de difusión que se han puesto paulatinamente a nuestro alcance. Es cierto que hoy por hoy compartimos la música de una manera constante, pero no es menos cierto que esa idea de comunión y vivencia se ha sustituido irremediablemente por otra idea: la de comunicación.

Es en este punto en el que empieza a operar el conflicto acerca de la calidad de los contenidos, las estadísticas en referencia a los gustos y ventas y, en definitiva, el más que trillado debate musical (y no solo) que provoca que, de una manera desigual, se difunda y conozca demasiado a menudo la música de una manera limitada y seleccionando justo aquello que no aporta nada en un sentido humano, de emancipación, y apunta hacia unos valores declinantes. Los medios de comunicación de masas difunden de manera evidentemente parcial y crean una identidad común falsa. La identidad, para ser común, ha de ser libremente elegida, pues la identidad es individual y colectiva a partes iguales. El problema de la publicidad, como es bien sabido, es enganchar con fascinaciones y reclamos, ya no la identidad, sino la parte inconsciente de la misma. Por lo tanto, hay una explotación de lo que en un lenguaje llano, denominamos gusto.

Aunque se ha hablado hasta la saciedad de buen o mal gusto, siendo esta una polémica de capital importancia en lo que respecta al arte y, por supuesto, a la música en particular, lo cierto es que actualmente, hablando en un sentido general, no hemos encontrado baremos universales que hagan a toda la población desechar aquello que no es, por así decirlo, de calidad (mal gusto), y elegir todo cuanto es de calidad (buen gusto). En un ambiente más especializado en aquello que es de nuestro gusto (ni bueno ni malo), se diría que podemos entendernos entre nosotros y estar de acuerdo, tal vez, en unos cuantos factores. Sin embargo, la heterogeneidad e inmensa multiplicidad de las propuestas, de lo que se hace, ha dejado siempre a la crítica un papel garante de lo digno a la vez que no preparado, demasiado a menudo, para todo aquello realmente vanguardista.

Sin otra intención que poner de relieve lo paradójico del gusto y de la crítica, invitamos al lector a hacerse verdaderamente consciente de que la crítica es, necesariamente, individual, mientras se pasea por nuestra revista. Como bien se dice por ahí, somos lo
que comemos. Si a alguien no le pareciera importante esta afirmación en lo referente a la música, hay que señalar que solemos pasar mucho más tiempo escuchando música que comiendo. Veamos, entonces, lo que nos vamos comiendo y qué tal nos sienta.