La idiosincrasia musical se forja en nociones acerca de nuestra
identidad. Desde siempre, el ser humano ha utilizado la música como una
forma de comunión en comunidad. Esto se hacía de una manera directa y
vivencial, puesto que no se contaba con los medios de difusión que se
han puesto paulatinamente a nuestro alcance. Es cierto que hoy por hoy
compartimos la música de una manera constante, pero no es menos cierto
que esa idea de comunión y vivencia se ha sustituido irremediablemente
por otra idea: la de comunicación.
Es en este punto en el
que empieza a operar el conflicto acerca de la calidad de los
contenidos, las estadísticas en referencia a los gustos y ventas y, en
definitiva, el más que trillado debate musical (y no solo) que provoca
que, de una manera desigual, se difunda y conozca demasiado a menudo la
música de una manera limitada y seleccionando justo aquello que no
aporta nada en un sentido humano, de emancipación, y apunta hacia unos
valores declinantes. Los medios de comunicación de masas difunden de
manera evidentemente parcial y crean una identidad común falsa. La
identidad, para ser común, ha de ser libremente elegida, pues la
identidad es individual y colectiva a partes iguales. El problema de la
publicidad, como es bien sabido, es enganchar con fascinaciones y
reclamos, ya no la identidad, sino la parte inconsciente de la misma.
Por lo tanto, hay una explotación de lo que en un lenguaje llano,
denominamos gusto.
Aunque se ha hablado hasta la saciedad de
buen o mal gusto, siendo esta una polémica de capital importancia en lo
que respecta al arte y, por supuesto, a la música en particular, lo
cierto es que actualmente, hablando en un sentido general, no hemos
encontrado baremos universales que hagan a toda la población desechar
aquello que no es, por así decirlo, de calidad (mal gusto), y elegir
todo cuanto es de calidad (buen gusto). En un ambiente más especializado
en aquello que es de nuestro gusto (ni bueno ni malo), se diría que
podemos entendernos entre nosotros y estar de acuerdo, tal vez, en unos
cuantos factores. Sin embargo, la heterogeneidad e inmensa multiplicidad
de las propuestas, de lo que se hace, ha dejado siempre a la crítica un
papel garante de lo digno a la vez que no preparado, demasiado a
menudo, para todo aquello realmente vanguardista.
Sin otra
intención que poner de relieve lo paradójico del gusto y de la crítica,
invitamos al lector a hacerse verdaderamente consciente de que la
crítica es, necesariamente, individual, mientras se pasea por nuestra
revista. Como bien se dice por ahí, somos lo
que comemos. Si a
alguien no le pareciera importante esta afirmación en lo referente a la
música, hay que señalar que solemos pasar mucho más tiempo escuchando
música que comiendo. Veamos, entonces, lo que nos vamos comiendo y qué
tal nos sienta.
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