lunes, 21 de abril de 2014

Variedad


¿Nos hemos preguntado alguna vez por qué un grupo tiene la estructura que tiene?

Hablar del por qué del rock sería como hablar del por qué de la bicicleta. Sin embargo, bien sabemos que hay muchas maneras de hacer y vivir la música. La estructura de grupo estándar no puede entenderse sin la metrópoli y la manera de los conciertos. No estoy aquí para hablar de fusión y enumerar los estilos musicales. Más bien me hallo en este planteamiento más allá de la imitación estilística o la fusión. Desde una perspectiva experimental podemos revolucionar el hecho musical. Podemos escoger los instrumentos y las voces. Mucho más que eso…

Esta manera de plantear la música terminaría siendo mucho más total, casi una música ineludiblemente unida a la escena.

Acostumbramos a pensar en una o dos guitarras, un bajo, una batería, el o los vocalistas y los coros. Bien. ¿Por qué limitar el hecho musical a una estandarización de los componentes “necesarios”? ¿Por qué no deshacer todos los modelos para empezar? Un escenario vacío.

El escenario tiene indeterminadas y casi infinitas posibilidades. Entiendo que la manera en que nos llega la música suele ser en una grabación y no un directo. Sin embargo, la escena es una vivencia potencial que tan solo el vacío de la imaginación de todo modelo puede llenar hacia la búsqueda de todos estos posibles desarrollos. Teniendo en cuenta la variedad de instrumentos que hay y uniendo a esto todo lo que se puede utilizar como instrumento -todo lo que puede tener un sonido-, el campo se nos abre y despeja de una manera muy seductora. En cuanto a la voz, hay muchas formas de decir algo, de callarse o de cantar. La voz es el instrumento más versátil que podemos moldear o encajar con otros componentes. Además, ¿acaso no hay innumerables modos de interpretar desde un punto de vista corporal, vocal, simbólico, escenográfico; incluso teatral? ¿Por qué limitarnos cuando hay tantas y tan variadas maneras posibles?

No es que nos aburra el modelo estándar antes mencionado. No -para eso, entre otras cosas, estamos aquí-. Pero tampoco está de más recordar la viveza y la versatilidad de nuestras capacidades musicales y tal hecho humano. No tenemos que seguir ningún modelo –muy mal nos hemos acostumbrado a escuchar y repetir la archiconocida frase: “ya está todo inventado”-; más bien, que los modelos nos sigan a nosotros.

Desde esta nueva o antigua visión sugeriremos o haremos patentes todas estas formas ya presentes, olvidadas o ni tan siquiera aún imaginadas. La música desde un punto de vista hiper creativo como el enorme fenómeno humano y vivencia completa, ¿es una cosa del pasado? ¿ha llegado? ¿se ha realizado ya o es que esto es algo todavía por venir?

La reestructuración de la experiencia musical


El tema a tratar hoy será el de si realmente podemos grabar nuestros propios discos y distribuirlos, darnos a conocer cuando al parecer no hay unas estructuras que nos respalden. Sin duda veremos que podemos hacerlo, y además veremos cómo.

La centralización en internet y los conciertos no parecen ser suficientes para nuestra necesidad experiencial humana. Necesitamos sentir la música. Necesitamos vivir la música. Todo parece estar centrado en la red, la promoción y los conciertos por los que incluso casi llegamos a pagar (o realmente llegamos), sin encontrarse una manera de elaborar un contacto más estrecho con la música y su vivencia auténtica. Una buena manera de devolver la vida a la vida es utilizar soportes como el fanzine o la distribución de CDs. En cuanto a los eventos y lugares, hemos de decir que cualquier lugar es bueno si la dicha lo merece. Todos sabemos de los casi siempre absurdos impedimentos que nos ponen para tocar en cualquier lugar. La idea es que vayamos tomando territorio poco a poco para poder llevar la música a cualquier parte. El concepto más adecuado que se nos ocurre es la resistencia pasiva, para empezar. ¿Por qué no activa? Fácil: hay que ir haciéndose poco a poco con los lugares. No hablamos de ilegalidad. Hablamos de legitimidad, de no dejarnos mangonear nuestra propia sensibilidad y autenticidad hacia la vivencia de la música. Ya no podemos tocar la guitarra en la calle o sentarnos tranquilamente a pasar la tarde en una plaza. De hecho apenas hay bancos y solo tiendas y bares vemos en derredor. Hablamos de ir cambiando poco a poco las costumbres siempre desde el respeto a los vecinos y a los entornos. No estamos hablando de gamberrismo o vandalismo (muy lejos quede todo esto de nuestra intención). La última consecuencia de esto será hacer barrio, vecindad: cambiar poco a poco la opinión pública y las costumbres urbanas. Nada será bueno para todos si no es bueno para el vecino.

Para complementar la anterior propuesta, tan solo queda echarle imaginación. Utilicemos los bares de maneras diferentes, asociémonos con otro tipo de artistas, hablemos de nuestra propuesta a todo el mundo. No demos por hecho que no tenemos buenas ideas ni que estas no son negociables o interesantes. ¡Toquemos a la salida del metro para saludar a los transeúntes al iniciar su jornada laboral! Toquemos en la puerta del INEM para recordar a todo el mundo que su vida no termina en la carencia. Entiendo que el arte se hace por gusto. Entiendo que necesitamos dinero también; que nos lo ponen muy difícil para hacer lo que nos gusta (nos hacen ir demasiado al grano). Pero más entiendo la pasión para que no nos pare nada absolutamente. Recuperemos las fiestas de los barrios. Por favor, recordad: nadie nos tiene que permitir nada o posibilitar algo. Somos nosotros mismos los que somos capaces de crear nuevas estructuras y modos, los que podemos rastrear en todas las hermosas costumbres que se van olvidando. Para ello hemos de unir nuestras redes y comunicarlas. Hemos de crear de la nada o descubrir todo aquello que siempre parecemos pedir a un ente tercero que ni siquiera habríamos de representar en nuestra imaginación. Disfrutemos de este proceso de nueva unión y recuperación, de esta estructuración y reestructuración de nuestros hábitos. No es tan difícil. Tan solo hay que observar y tener ideas. Podemos.

Desapasionados (a la sombra del mito)


Música sin pasión, sin garra, música que no nos lleva a ninguna parte. Música sin auténtico reclamo, sin mensaje, sin fondo; la música hecha por pura imitación. La música para ser guitarra, vocalista, tener un grupo. La música sin obra de arte. Peor: música para creerme la nueva tía moderna, pobre diosa menor de ciudad; pánfila paleta, paradójicamente. La música para dormir a la fiera. ¿Qué?

Pobre aficionado a la sombra de los ídolos, en variaciones de un sonido que recuerda a la emancipación pero que ya posee un nombre; que nunca será tuyo porque tú no eres grande. Los grandes son ellos, los mitos. Pobre mortal sin iniciativa alabando un riff de un país lejano y adaptándolo a la música circundante, como influencia inédita para cuatro paletos que jamás supieron de música ni jamás pararon de hablar. Y todos los “expertos” acompañando -¡a la pandereta de la estulticia!- a grupos pretenciosos que no merecen directamente ni ofrecer un concierto a pie de calle. Pero cómo molan, ¿no?

¿Esto se puede evitar? ¿Hay una manera de hacer un análisis de esto a fin de que las venas del arte más chamánico nos inunden y nos posea fiera la música desde el margen hacia el centro? ¿Podemos construir desde la periferia y hacernos nosotros el mito, ser el mito el ser humano, romper el ídolo en un crahs? No hablo de crucificar a Bob Marley, renegar de Jim Morrison o apartar a Jimmy Hendrix (porque es bien cierto que les necesitamos a la vista del panorama musical). Pero hemos de dejar de caer en la burda trampa de la mitificación.

Si tiene un problema la mitificación en nuestro mundo hiperrealista, indiferenciado y deforme en consecuencia, es la perpetuación de la bobería y una laxa alienación que nos remite siempre a un ídolo, y casi siempre del pasado. Muertos. Nuevos dioses. Bah... Lo importante para entender la mitificación es el mecanismo de la sublimación. Cuentos de hadas y constantes evocaciones de un pasado mítico en contradicción con nuestra mecanización urbana: no estamos a la altura de encajar esas joyas en nuestro mundito moderno, cañí. No las comprendemos; no las somos. Estamos acostumbrados en vivir en un relato ya elaborado antes de que llegáramos. Esto sucede en todos los ámbitos. Primero, es elaborar el relato propio. Segundo, es ponerse a la altura del mito con bravura y osadía. Si no, más vale no dedicarse al arte y/o a la música: Manolete, si no sabes torear, ¿pa qué te metes? Para torear, para ser artista completo y no siempre a la sombra de las influencias habrá que quitarse el sombrero del ídolo.

Hemos comprobado que la perfección técnica imitativa no es lo que consigue configurar al artista, al músico de poderío. Reivindicamos la necesidad de ser el mito humano, de cargar con el peso del ídolo, de ponerse a la altura del mismo para crear. Si no lo hacemos, ¿a quién estamos evocando o esperando? Mediocridad. Todos esperan. También se puede hacer otra cosa: ser grande. Llegar hasta el final. Y hacerlo ahora.

martes, 23 de abril de 2013

La innovación como ruptura del canon prefijado

Mucho se ha y hemos ya hablado del canon, así como de la vanguardia, pero hoy necesitamos retomar estos temas para ponernos a hablar de la subversión y del porvenir, lo que, como bien os tenemos acostumbramos, será relacionado con el arte y por supuesto con la música.

Todo lo relativo al canon puede, en un momento dado, acusar un relevante atraso en cuanto a vanguardia se refiere. La razón principal de esto es la fijación conceptual y sus consiguientes especializaciones en cuanto a cada disciplina. Así, habrá una manera determinada de entender estructuralmente el estilo. Esto se debe principalmente a la manera en que el especialista se forma en su disciplina concreta y al sistema de aprendizaje desde el que se decide -o ni siquiera decide- partir. Así, un escritor tenderá a construir la forma o estructura desde un canon o unas normas inherentes al oficio o inspiradas -cuando no caen en una mera imitación- en otros autores. En la música, habrá un estilo inicial del que partir y por supuesto un método desde el que aprender a tocar un determinado instrumento.

¿Qué conflicto puede traer consigo esto en lo tocante a la innovación? ¿De qué manera se produce una ruptura terminológica o estilística que deriva en ruptura o vanguardia, o bien consigue volver a los orígenes y traer de vuelta estilos considerados clásicos intocables, así como tantos otros evaluados con anterioridad como simplistas o manidos, que caen de boca en boca con la escalofriante y tópica expresión «estar pasado de moda»? ¿Qué queremos decir con esta larguísima pregunta? Respondemos.

Todo cuanto recupera la voz clásica parte de una vuelta a los orígenes y esto es una ruptura con el estilo imperante del momento, así como rupturista es el abanico formal propio de las voces que surgen de la vanguardia. También vemos que elaborar un modo propio de aprendizaje que no se centre en las consiguientes estructuras formales de supuesta relevancia para la reproducción del mismo es lo que posibilita que el modo de elaborar una obra sea diferente, puesto que la teorización de la que se parte es de otra índole; comienza desde otra perspectiva. A este tipo de elaboraciones y reelaboraciones debemos las obras experimentales y todo lo que va a caer en el cajón denominado autodidactismo.

Siempre se habla con procaz abundancia acerca del estilo. Actualmente existe un enorme abanico de estilos que son juzgados con otra gran multiplicidad de etiquetas. Se tiende, así, a fijar conceptualmente y se desemboca en los cánones. Este afán de nombrar consustancial al ser humano no sería en ningún caso inconveniente de no ser por nuestra tan frecuente incapacidad para manejar nuestra propia terminología y, sobre todo, nuestra propia manera de aprender, que se refleja en las creaciones en tanto que nos fijamos en su estructura. Es realmente poco frecuente una reflexión acerca de hasta qué punto la manera en que hemos aprendido y las divisiones entre especialidades llegan a coartar la innovación, la creatividad y, definitivamente, la libertad que da rienda suelta a la obra y transforma nuestros patrones mentales; por ende, vitales.

Es, en efecto, lo propio de la creación transformar nuestra terminología, estructuras y referentes, así como utilizar estos últimos en contextos infrecuentes o inverosímiles. Como consecuencia de la presente argumentación concluimos que el mundo académico se mueve en el terreno manido de las especialidades, terminologías, aprendizajes y subsiguientes jergas que muy poco frecuentemente nos permitirán la elaboración de obras liberadas o lo suficientemente independientes, propias del desenfreno de la innovación y el experimento, por más que sea tal mundillo académico lugar de paso ineludible -aunque no destino- para la formación. Garaje Sónico pretende ser también un espacio reflexivo de crítica musical para, precisamente, variar todas estas perspectivas paralizantes que sin darnos cuenta llegan a dominar la manera en que lo musical llega a nuestros espacios. Podemos ver las cosas de otra manera. Podemos verlas a la nuestra. ¿Y vosotros?

lunes, 15 de abril de 2013

La hiperrealidad y el desajuste de lo que somos

Hiperrealidad es una suerte de universo imaginario sin fondo y sin contacto. Es Disneyland y todas nuestras canciones míticas sonando en la radio porque sí. Es un lago neblinoso, wagneriano. Es la primera vez que os enamorasteis y visteis un animal intocable y fabuloso. Lo importante no es la fascinación que las imágenes nos producen, sino más bien conectar con otra realidad en un momento diferente que se vuelve el mismo momento. Para eso hacen falta mucho más que mitos o ídolos. Para eso lo que hace falta es un dominio del arte arraigado en nuestra humanidad. Desde el otro lado, los espectadores esperando los objetos de su fascinación. Viajaremos al fondo de la imagen. Sabremos qué somos. Iconoclastia.

Hablaremos de la falsedad de la estética. Del mero embellecimiento de la fachada. De lo que nos evoca algo que no experimentaremos o no nace de la experimentación. Vamos a hablar de lo que nunca muchos vivirán.

¿Qué es este enigma? Pues tiene que ver con todos los vestidos de la resistencia, con todos los clichés de la emancipación. ¿Cómo nos captan? Nos captamos por nuestro desconocimiento y somos captados, en el peor de los casos, por puro marketing; en el mejor, por pura bobería. Un montón de miel para un montón de moscas. También ha sido llamado Romanticismo, con o sin mayúscula. ¿Pero es que el romanticismo no viene a hacer nuestra vida más intensa, no nos prepara para algo fabuloso, fantástico, bello? ¡Cuidado! ¡Nos venden sexo con perfume! (¿o perfume con sexo? Hemos perdido toda referencia sobre el origen de quién, qué y cuándo, lo sentimos…). Expliquemos pues, brevemente, los mecanismos de la sublimación.

La sublimación es gas. Aire. Es un mero movimiento de la mente. Exaltación de nuestra imaginación. La pregunta es, ¿estamos viviendo esto realmente o estamos, sin más, fantaseando? O mejor aún: ¿vamos a vivirlo? El ser humano no puede evitar recrear, mitificar, ensoñar. Esto es natural. ¿Qué ocurre cuando solo soñamos un momento para luego volver a una lúgubre cadena? En efecto. Nos hemos y nos han engañado, y nos han porque nos hemos. Para evitar esto y vivir nuestra realidad sin que sea una fantasía que se apaga al tocar al off necesitaremos un discurrir, una discriminación entre las partes. Pensar duele un poco, es cierto, pero no se trata de ser ratoncitos de biblioteca, sino más bien de tener la osadía de preguntarnos si de haber algo con un nivel de realidad mayor, de haber una pregunta acerca de la libertad, nos atrevamos a responder a esa pregunta. Separar lo falso de lo cierto. Nuestras inquietudes estéticas tienen mucho que ver en esta tarea individual.

La hiperrealidad. Todas las imágenes al mismo nivel de realismo. Una pintura de lo falso y lo abominable al mismo nivel que lo cierto y emancipador. Esta es nuestra sociedad actual mientras siga igual el sistema educativo, los referentes televisivos y todos los mecanismos que perpetúan esta farsa cuya sombra alcanza incluso a las producciones artísticas más encumbradas. Esto se repetirá una y otra vez en muchas vidas. ¿Alguna vez os habéis preguntado qué es más real que qué? Es cierto, todo esto parece muy incoherente. Invitamos desde aquí a los más bajos fondos de la imagen y el sonido. Siempre se ha dicho que para llegar lejos hay que empezar por abajo. ¿Qué qué es abajo? Lo sé, lo sé… a mí también me gastaron la misma broma. ¿Estamos atrapados? Esperemos que no. Desde aquí seguiremos ofreciendo pistas.

miércoles, 3 de abril de 2013

Silencio. Música y ritmo vital

Hoy no vamos a hablar de qué es primero como otras veces, es decir, hablar acerca del origen de la cosas, las cuales son interdependientes de muchos niveles de realidad y de muchas perspectivas tematizadas. Hablar acerca del origen es entender asuntos simples, tematizar problemas. Cuando llegamos a entender la realidad sin una problemática ya no estamos interpretando. No estamos hablando acerca de una verdad desde una perspectiva individual, sino que estaríamos –quedando patente esa perspectiva ineludible- intentando hablar acerca de un asunto concreto. Pero estos complejos asuntos filosóficos acerca del entendimiento y la estructura de las cosas no deben entretenernos demasiado. Tan solo debemos dejar patente la necesidad de la propia perspectiva, el propio modo de entender el mundo y no siempre mediante la crítica. Hoy vamos a centrarnos en lo meramente expositivo; en una tesis cualquiera. Podría ser de cualquier otro modo. Podríamos tomar cualquier asunto desde cualquier punto de vista. Hoy vamos a centrarnos en un principio cualquiera; en un punto de partida azaroso.

¿Os habéis preguntado alguna vez si es que la música nos hace vivir de una determinada manera y no de otra? Aclaremos esto. ¿A qué se debe la aceleración de nuestro ritmo general? Dejando aparte otras consideraciones como la tecnología, la manera de transportarnos, el frenesí del mundo laboral y la manera en que entendemos el trabajo hoy en día, vamos entonces a hablar acerca de la incidencia de la música en nuestro ritmo vital y como esta nos acerca o nos aleja del endiablado y veloz ritmo mayoritario. Intentaremos hacer ver que gran parte de la música que escuchamos está inscrita en esta velocidad colectiva dirigida por un sistema en que la rapidez es la tónica; el instrumento solista; el acorde dominante.

La armonía melódica, su hilo conductor, se ha roto en ritmos, disonancias hacia nuevas melodías, hacia nuevas armonías o ausencias de las mismas. Lo que queremos hacer entender es que esto es cíclico y que probablemente nuestro ritmo vital influye más de lo que podamos pensar en nuestra manera de entender y conectar con uno u otro tipo de música. Pero, ¿es el ritmo vital individual o colectivo? ¿Podemos tener un ritmo propio o estamos tan mediatizados por el ambiente urbano que no podemos sino dejarnos llevar por los acordes veloces, por los ritmos mecánicos en que la ausencia de silencios nos haga desembocar en un techno tan inconsciente como incontrolable.

En definitiva, y a lo que nos ha llevado esta argumentación es a la cada vez mayor ausencia de silencios en la música. El silencio es una parte esencial de la armonía, la base del ritmo y de la narración. ¿Será que somos, sin saber, parte de una narración extenuada y acelerada en un hacia adelante sin silencios, en una narración ininterrumpida y sin argumento que solo intenta escapar de sí misma? Como al principio hacíamos constar, esto es tan solo una aproximación. Esto es tan solo una manera de verlo, una discriminación entre ideas. ¿Será que el silencio no es capaz de marcar un ritmo personal? ¿Estaremos abocados a una colectividad presa de un ritmo inherente a su propio vacío argumental? Quede entonces aquí esta reflexión en que el silencio se impone como necesidad para poder entender la incidencia de la música en el cuerpo.

martes, 26 de marzo de 2013

El canon



El clasicismo siempre se nos presenta como modelo y como misterio vital. Es una clave pura y sin disfraces que permanece. Podemos dividirnos mediante este concepto en clásicos y contemporáneos, es decir, lo que se suele llamar ser moderno. ¿Qué puede ser lo que hace a una obra clásica y qué es lo contemporáneo?

Lo contemporáneo habla de nuestra época y lo clásico es una definición humana. Lo contemporáneo son nuestros modos, nuestras vestiduras, nuestra actualidad; pero mediante lo clásico nos explicamos, nos desnudamos, nos encontramos y nos entendemos. Dadas todas las corrientes musicales que rompieron el modelo de la música clásica, no vamos a limitarnos a hablar de lo clásico en música como una diferenciación entre la denominada música clásica y su ruptura como lo que pasa a ser música contemporánea. No vamos a ser tan simples. Vamos a explicarnos lo que hace clásica una obra contemporánea. Vamos a ver por qué y no vamos a conformarnos con cánones impuestos. Vamos a elaborar nuestros propios cánones.

Contemporáneo es nuestro tiempo, nuestra época. Un agregado de cosas, cosas y cosas que simplemente hablan, aportan una voz, están presentes. Cuando lo contemporáneo no solamente habla sino que llega a trascender una época, puede haber clasicismo en lo contemporáneo. Clásico es lo que trasciende, lo que llega a nuestra esencia, a una definición y a una explicación de lo que se vive; son las razones de por qué se hace. Es lo relativo al ser humano de una manera intemporal. Por ello la trascendencia de la época. Por ello, una explicación de nuestro modo de vida aquí y ahora, una puerta que nos enseña quiénes somos tras las corrientes diversas que nos arrastran y que intentan definirnos por uno u otro lado.

Hagamos un intento de interpretar lo vanguardista también de esta manera. La forma superficial de la vanguardia es la originalidad, la novedad. Esto no puede hacerse de esta manera por hacerse y para nada. El clasicismo que podemos entrever en la vanguardia no es original por ser atractivo y diferente, no es simplemente un modo de diferenciarse de las corrientes -aunque la vanguardia siempre sea eso y una ruptura en dos de la corriente del río-. La vanguardia cruza el río salvaje del agregado de cosas y cosas, de todas las corrientes que coexisten en una época y que intentan definirnos pero no llegan a hacerlo porque es precisamente la ausencia de definición lo que nos identifica: somos lo que somos, no una etiqueta gratuita -o bastante cara- que nos viene de fuera. La vanguardia es una liberación de la época, una liberación de los cánones y una sorpresa ante algo que no puede ser etiquetado. Así que la vanguardia evita la definición y el clasicismo nos define como seres humanos. Ambas maneras nos transcienden. La vanguardia sería una suerte de clasicismo a la inversa. No hay definición para el ser humano porque el ser humano no permite esa definición, sino que es sus modos de ser humano. El clasicismo define una norma intemporal que siempre se da en el ser humano. Es cuanto nos define desnudos de toda etiqueta. La vanguardia es esa intemporalidad en la que el ser humano se sigue buscando cuando no encuentra las referencias en el correspondiente etiquetado de cada corriente coexistente. Así que más allá del etiquetado entre clásico y moderno, vemos que las cosas no son lo que aparentan. No son tan simples. Se nos escapan nuestros propios modos de valorar porque los académicos ya lo hacen por nosotros.

Perdonad, pero, ¿no os parece que todo esto requiere querer descorrer la cortina de todo este zafio etiquetado?