Paralelamente a todas las
disciplinas artísticas, la música ostenta esa dualidad entre la
aceptación de un público con una clara tendencia al conformismo y su
veracidad y trascendencia. Vamos a ilustrar esto con el ejemplo de The
Beatles.
The Beatles abandonó las giras en
estadios abarrotados y aquellos conciertos prácticamente inaudibles a
causa del entonces incipiente e histérico fenómeno fan, por
transmitirnos sus experiencias místicas in crescendo. Como
hemos de saber bien, la banda se movía en ambientes hippies
influenciados porla Generación Beat y se codeaba con la vanguardia del
momento, circunstancia que es siempre terreno abonado para la evolución
de un artista (dejando aparte la enorme estela de las drogas
psicoactivas).
No es cierto que todo artista que sigue
su propio camino sin dar importancia al alrededor sea trascendente. Sí
es cierto, sin embargo, que solo una conciencia clarísima de la voz
propia suele conseguir trascender. En este sentido, vemos en The Beatles
una enorme fundación de la música de estudio en el pop rock, hacia el
arte total con todo tipo de arreglos que no son posibles en un directo.
En definitiva, otra concepción de la banda musical, y esta vez para
dejar de negarle todo espacio y toda experimentación. En The Beatles, la
transgresión de instaurar el universo personal desde una plena
consciencia artística de visión y transmisión del propio mensaje se
extrapoló a las masas fácilmente, puesto que eran ya músicos consagrados
y de cobertura máxima para el despegue de esta aventura.
Conectarnos musicalmente con una
frontera inasible antes reservada a otro tipo de artes como la pintura o
la literatura fue lo que lograron ampliamente los de Liverpool. Así,
The Beatles cambió los conciertos fáciles que derruían
histéricamente adolescente tras adolescente por el arte musical con
mayúsculas, puesto que no encontraban placer en el pedestal máximo del
éxito que ya habían logrado explorar en un tremendo hito sin
precedentes de sí mismos. Tampoco es menos cierto que eran ya
millonarios…
Queden las palabras del poeta Baudelaire en referencia a su libro Las flores del mal
para ilustrar lo mencionado acerca de la visión del creador que no
extravía su cometido en su autocomplacencia ni en la del público: «No
es para mis mujeres, mis hijas o mis hermanas que se ha escrito este
libro; tampoco para las mujeres, las hijas o las hermanas del vecino»,
Toda trascendencia es universal.
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