El clasicismo siempre se nos
presenta como modelo y como misterio vital. Es una clave pura y sin disfraces
que permanece. Podemos dividirnos mediante este concepto en clásicos y
contemporáneos, es decir, lo que se suele llamar ser moderno. ¿Qué puede ser lo
que hace a una obra clásica y qué es lo contemporáneo?
Lo contemporáneo habla de nuestra
época y lo clásico es una definición humana. Lo contemporáneo son nuestros
modos, nuestras vestiduras, nuestra actualidad; pero mediante lo clásico nos
explicamos, nos desnudamos, nos encontramos y nos entendemos. Dadas todas las
corrientes musicales que rompieron el modelo de la música clásica, no vamos a
limitarnos a hablar de lo clásico en música como una diferenciación entre la
denominada música clásica y su ruptura como lo que pasa a ser música
contemporánea. No vamos a ser tan simples. Vamos a explicarnos lo que hace
clásica una obra contemporánea. Vamos a ver por qué y no vamos a conformarnos
con cánones impuestos. Vamos a elaborar nuestros propios cánones.
Contemporáneo es nuestro tiempo,
nuestra época. Un agregado de cosas, cosas y cosas que simplemente hablan,
aportan una voz, están presentes. Cuando lo contemporáneo no solamente habla
sino que llega a trascender una época, puede haber clasicismo en lo contemporáneo.
Clásico es lo que trasciende, lo que llega a nuestra esencia, a una definición
y a una explicación de lo que se vive; son las razones de por qué se hace. Es
lo relativo al ser humano de una manera intemporal. Por ello la trascendencia
de la época. Por ello, una explicación de nuestro modo de vida aquí y ahora,
una puerta que nos enseña quiénes somos tras las corrientes diversas que nos
arrastran y que intentan definirnos por uno u otro lado.
Hagamos un intento de interpretar
lo vanguardista también de esta manera. La forma superficial de la vanguardia
es la originalidad, la novedad. Esto no puede hacerse de esta manera por
hacerse y para nada. El clasicismo que podemos entrever en la vanguardia no es
original por ser atractivo y diferente, no es simplemente un modo de
diferenciarse de las corrientes -aunque la vanguardia siempre sea eso y una
ruptura en dos de la corriente del río-. La vanguardia cruza el río salvaje del
agregado de cosas y cosas, de todas las corrientes que coexisten en una época y
que intentan definirnos pero no llegan a hacerlo porque es precisamente la
ausencia de definición lo que nos identifica: somos lo que somos, no una
etiqueta gratuita -o bastante cara- que nos viene de fuera. La vanguardia es
una liberación de la época, una liberación de los cánones y una sorpresa ante
algo que no puede ser etiquetado. Así que la vanguardia evita la definición y
el clasicismo nos define como seres humanos. Ambas maneras nos transcienden. La
vanguardia sería una suerte de clasicismo a la inversa. No hay definición para
el ser humano porque el ser humano no permite esa definición, sino que es sus
modos de ser humano. El clasicismo define una norma intemporal que siempre se
da en el ser humano. Es cuanto nos define desnudos de toda etiqueta. La vanguardia
es esa intemporalidad en la que el ser humano se sigue buscando cuando no
encuentra las referencias en el correspondiente etiquetado de cada corriente
coexistente. Así que más allá del etiquetado entre clásico y moderno, vemos que
las cosas no son lo que aparentan. No son tan simples. Se nos escapan nuestros
propios modos de valorar porque los académicos ya lo hacen por nosotros.
Perdonad, pero, ¿no os parece que
todo esto requiere querer descorrer la cortina de todo este zafio etiquetado?
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