Hoy no vamos a hablar de qué es
primero como otras veces, es decir, hablar acerca del origen de la cosas, las
cuales son interdependientes de muchos niveles de realidad y de muchas
perspectivas tematizadas. Hablar acerca del origen es entender asuntos simples,
tematizar problemas. Cuando llegamos a entender la realidad sin una problemática
ya no estamos interpretando. No estamos hablando acerca de una verdad desde una
perspectiva individual, sino que estaríamos –quedando patente esa perspectiva
ineludible- intentando hablar acerca de un asunto concreto. Pero estos
complejos asuntos filosóficos acerca del entendimiento y la estructura de las
cosas no deben entretenernos demasiado. Tan solo debemos dejar patente la
necesidad de la propia perspectiva, el propio modo de entender el mundo y no
siempre mediante la crítica. Hoy vamos a centrarnos en lo meramente expositivo;
en una tesis cualquiera. Podría ser de cualquier otro modo. Podríamos tomar
cualquier asunto desde cualquier punto de vista. Hoy vamos a centrarnos en un
principio cualquiera; en un punto de partida azaroso.
¿Os habéis preguntado alguna vez
si es que la música nos hace vivir de una determinada manera y no de otra?
Aclaremos esto. ¿A qué se debe la aceleración de nuestro ritmo general? Dejando
aparte otras consideraciones como la tecnología, la manera de transportarnos,
el frenesí del mundo laboral y la manera en que entendemos el trabajo hoy en
día, vamos entonces a hablar acerca de la incidencia de la música en nuestro
ritmo vital y como esta nos acerca o nos aleja del endiablado y veloz ritmo
mayoritario. Intentaremos hacer ver que gran parte de la música que escuchamos
está inscrita en esta velocidad colectiva dirigida por un sistema en que la
rapidez es la tónica; el instrumento solista; el acorde dominante.
La armonía melódica, su hilo
conductor, se ha roto en ritmos, disonancias hacia nuevas melodías, hacia
nuevas armonías o ausencias de las mismas. Lo que queremos hacer entender es
que esto es cíclico y que probablemente nuestro ritmo vital influye más de lo
que podamos pensar en nuestra manera de entender y conectar con uno u otro tipo
de música. Pero, ¿es el ritmo vital individual o colectivo? ¿Podemos tener un
ritmo propio o estamos tan mediatizados por el ambiente urbano que no podemos sino
dejarnos llevar por los acordes veloces, por los ritmos mecánicos en que la
ausencia de silencios nos haga desembocar en un techno tan inconsciente como
incontrolable.
En definitiva, y a lo que nos ha
llevado esta argumentación es a la cada vez mayor ausencia de silencios en la
música. El silencio es una parte esencial de la armonía, la base del ritmo y de
la narración. ¿Será que somos, sin saber, parte de una narración extenuada y
acelerada en un hacia adelante sin silencios, en una narración ininterrumpida y
sin argumento que solo intenta escapar de sí misma? Como al principio hacíamos
constar, esto es tan solo una aproximación. Esto es tan solo una manera de
verlo, una discriminación entre ideas. ¿Será que el silencio no es capaz de
marcar un ritmo personal? ¿Estaremos abocados a una colectividad presa de un
ritmo inherente a su propio vacío argumental? Quede entonces aquí esta
reflexión en que el silencio se impone como necesidad para poder entender la
incidencia de la música en el cuerpo.
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