lunes, 21 de abril de 2014

Desapasionados (a la sombra del mito)


Música sin pasión, sin garra, música que no nos lleva a ninguna parte. Música sin auténtico reclamo, sin mensaje, sin fondo; la música hecha por pura imitación. La música para ser guitarra, vocalista, tener un grupo. La música sin obra de arte. Peor: música para creerme la nueva tía moderna, pobre diosa menor de ciudad; pánfila paleta, paradójicamente. La música para dormir a la fiera. ¿Qué?

Pobre aficionado a la sombra de los ídolos, en variaciones de un sonido que recuerda a la emancipación pero que ya posee un nombre; que nunca será tuyo porque tú no eres grande. Los grandes son ellos, los mitos. Pobre mortal sin iniciativa alabando un riff de un país lejano y adaptándolo a la música circundante, como influencia inédita para cuatro paletos que jamás supieron de música ni jamás pararon de hablar. Y todos los “expertos” acompañando -¡a la pandereta de la estulticia!- a grupos pretenciosos que no merecen directamente ni ofrecer un concierto a pie de calle. Pero cómo molan, ¿no?

¿Esto se puede evitar? ¿Hay una manera de hacer un análisis de esto a fin de que las venas del arte más chamánico nos inunden y nos posea fiera la música desde el margen hacia el centro? ¿Podemos construir desde la periferia y hacernos nosotros el mito, ser el mito el ser humano, romper el ídolo en un crahs? No hablo de crucificar a Bob Marley, renegar de Jim Morrison o apartar a Jimmy Hendrix (porque es bien cierto que les necesitamos a la vista del panorama musical). Pero hemos de dejar de caer en la burda trampa de la mitificación.

Si tiene un problema la mitificación en nuestro mundo hiperrealista, indiferenciado y deforme en consecuencia, es la perpetuación de la bobería y una laxa alienación que nos remite siempre a un ídolo, y casi siempre del pasado. Muertos. Nuevos dioses. Bah... Lo importante para entender la mitificación es el mecanismo de la sublimación. Cuentos de hadas y constantes evocaciones de un pasado mítico en contradicción con nuestra mecanización urbana: no estamos a la altura de encajar esas joyas en nuestro mundito moderno, cañí. No las comprendemos; no las somos. Estamos acostumbrados en vivir en un relato ya elaborado antes de que llegáramos. Esto sucede en todos los ámbitos. Primero, es elaborar el relato propio. Segundo, es ponerse a la altura del mito con bravura y osadía. Si no, más vale no dedicarse al arte y/o a la música: Manolete, si no sabes torear, ¿pa qué te metes? Para torear, para ser artista completo y no siempre a la sombra de las influencias habrá que quitarse el sombrero del ídolo.

Hemos comprobado que la perfección técnica imitativa no es lo que consigue configurar al artista, al músico de poderío. Reivindicamos la necesidad de ser el mito humano, de cargar con el peso del ídolo, de ponerse a la altura del mismo para crear. Si no lo hacemos, ¿a quién estamos evocando o esperando? Mediocridad. Todos esperan. También se puede hacer otra cosa: ser grande. Llegar hasta el final. Y hacerlo ahora.

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